Contigo, soledad mía, aprendí a valorar el silencio, aquel maravilloso compañero con el que estuve en innumerables ocasiones, algo tan maravilloso, tan vacío, pero tan lleno de significados.
Para los de buen entendimiento, es el destierro de las palabras de nuestro mundo, cuando las palabras sobran, los silencios siempre se hacen presentes, son lienzos en blanco, tonos sin ritmo, palabras desordenadas en una hoja vacía, donde lo último que queda es el arte detrás de un espacio en blanco.
El silencio es la ausencia de palabras, pero jamás de sentimientos, es un cuadro vacío lleno de algo inexplicable, es una ventana a un cuarto oscuro, lo es todo, siendo nada.
Es una profundidad en la superficie de un tinte que no tiñe, pero jamás se quita, lo abarca todo, pero huye temeroso cuando se le haya culpable de sus pecados.
Es un frenesí de sentimientos en la inexistencia de un mundo en calma, es solamente la firma de la realidad, un cielo sin estrellas y una lengua sin palabras.
De todos mis años vívidos y aún por vivir, estoy seguro de una sola cosa, que de que aún siendo esclavo de mis palabras, nadie me podrá quitar el trono de mis silencios.
Adán T.
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