27 jun 2014

Tan solo escucha.

Tan solo escucha,
la eterna lucha,
entre el anonimato de el aire y el susurro del manantial.

Jurándose amor eternamente y para siempre,
pero para siempre es apenas una fracción de lo que tendría que ser.

Tan solo piensa un momento, 
la eternidad no es sino la sucesión infinita de pequeños minutos que se vuelven horas, horas que se vuelven días, y días que se vuelven años.

Pero de vez en cuando, lo eterno se reduce a solo una fracción de lo que es, ínfima, tan pequeña, que si parpadeares te perderías de la magia del momento.
Una milésima de segundo basta para hacer algo eterno, una promesa, una risa, una mirada, un choque entre dos almas, que fueron destinadas la una para la otra.
Un rose entre los sentimientos, sin tener que tocar su mano por que sabes que pecarías al rosar la rosa de los cielos, te quemarías en vida, un eterno tormento, la necesidad de la confirmación de la vida misma aún en vida, y solo la haz visto de lejos una vez, pero eso te sobra para ver su sonrisa un millón de veces en tus pensamientos.

Un eterno segundo en el que tú mirada se cruzo con la suya, como si tú alma hubiese encontrado algo que no sabías que buscabas, te faltaron días y meses para darte cuenta, de que aún que no sabías que la amabas, aunque no sabías que la querías, no querías ser capaz de olvidarla.
Ya llegará otra persona, te contestan cuando saben que amas a la joya del alba, a el infinito espacio tan infinitamente vació y lleno a la vez, si no pudieses ver la oscuridad en el, no sabrías la certeza de la luz.
Ya llegará... contestas.
¿Quién tan grande siendo pequeña?
Para entrar en la bóveda de mis sueños y me haga soltarlos todos, solo para pasar un segundo más en vida con ella, por que cada segundo, es un comienzo de una nueva eternidad a su lado, y aunque la gente diga eso... alejado de ella, también está mi eternidad, nuestra eternidad, en mis recuerdos, y quizá en sus sueños.

Que no me creen que pude amar a alguien tanto, tanto como para soltarme a mi mismo de mi propia trampa mortal y entrar en la de otra persona.
Sí, la amé y la sigo amando, la amo tanto, que sería capaz de olvidarla o de parecer olvidarla, para que ella encuentre algo que ame tanto, que nunca se aparte de ello, aunque no este en la misma habitación.

Solo escucha, la eterna lucha, entre el anonimato del aire, que parece invisible, pero siempre ha estado a nuestro alrededor y el susurro de un manantial que fluye entre las quejas de un mundo interminable, en su propia existencia, sin ser perturbado, perdiéndose donde se encuentra y encontrándose de donde nunca se ha ido.

Adán T.

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